viernes, 20 de enero de 2012

...en calzón corto



Tiene el fútbol un extraño tufo de inmoralidad que espanta si uno se detiene a pensar sobre su orteguiana circumstancia. Yo no lo hago, o si lo hago, sigo por la inercia poco tiempo después hasta evidenciarme en un forofismo comedido y más tolerante de lo que deseara en ocasiones. Y si el fútbol nos vino de lejos para quedarse junto a las minas de Riotinto, pero sabiendo de dónde – de donde el mundo se para en un tópico a las cinco, la moral nos vino de fábrica, impuesta, y sin saber a ciencia cierta cómo desprendernos de ella. Me inquieta no hallar respuesta a la pregunta que me ronda desde antes de saber lo que significaba el dinero: el caprichoso diálogo con el tiempo que mantienen los futbolistas, serpenteando para evitar el rostro de la juventud y la pose de tierna indefensión. Un futbolista al borde del final de su carrera es más joven que quien ésto escribe, sin embargo, la apariencia sobre el terreno de juego – y en calzón corto, sin duda una terrible prueba de estilo para el treinteañero común - es de una madurez considerable, y en las revistas, en el paisaje de mujeres e hijos, se nos hacen mucho más mayores de lo que son. El dinero envejece por fuera, podríamos decir, pero la moral mantiene un aspecto envidable independientemente del dinero que haya sobre la mesa. El fútbol se paga y se cobra caro. Pero nos está bien, porque no es dinero nuestro, y es muy español eso de que “en casa de cada cual …” (aunque luego critiquemos a los vecinos desde el respeto, claro). El fútbol puede ser que no sea ni siquiera el opio del pueblo. El opio del pueblo será el dinero, digo yo, y la necesidad que tenemos de gastarlo. Y luego llega Bojan y te rompe las teorías sobre la edad de los futbolistas…
Manuel Futbolaguirre (poeta)

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