Llovía en Santander aquella tarde. Las camisetas pegadas al cuerpo,
los largos calzones pegados a los muslos aumentaban el esfuerzo y la intensidad
con la que se disputaba la final de la Copa del Rey. Era un 28 de mayo de1928.
Franz Platko bajo los palos. Walter y Mas forman la defensa azulgrana de dos.
Guzmán, Castillo, Carulla los medio centros, y una delantera formada por cinco
hombres, Piera, Sastre, Arocha, Forns, Parera y Samitier. Un planteamiento
impensable para el más valiente de los entrenadores actuales. Arrillaga,
Zaldúa. Labarta Arizcorreta, Bienzobas, Mariscal, “Cholín”, “Kiriki” y Yurrita
formaban el once donostiarra. El partido resultó muy igualado, con alternancias
en el domino del juego y en las ocasiones. No hubo goles en el primer tiempo.
En la segunda parte, el FC Barcelona se adelantaría en el minuto 53 con un gol
de Samitier. 30 minutos exactos tardaría Mariscal en empatar el encuentro. El
resultado ya no se movería hasta el final de la prórroga. Un segundo partido
debería disputarse para el desempate, según el reglamento de la época.
“Allí fuí
con Cossío”, escribe Rafael Alberti en el primer volumen de su Arboleda Perdida (Alianza Editorial,
vol I, p 294). Un partido brutal, el
Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero
también al nacionalismo. La violencia por parte de los vascos era inusitada.
Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco
catalán. Hubo heridos, culetazos de la Guardia Civil y carreras del público. En
un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los del real
que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el
balón entre los brazos. En medio de ovaciones y gritos de protesta, fue
levantado en hombros por los suyos y sacado del campo., cundiendo el desánimo
entre sus filas al ser sustituido por otro.
Ese otro era Ramón Llorens.
El mismo Alberti escribiría en su Oda a Platko:
(…) Nadie
se olvida, Platko
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias. (...)
Sigue Alberti recordando qué
sucedió durante aquellos largos 90 minutos: “Mas cuando ya el partido estaba tocando a su fin, apareció de nuevo
Platko, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar. La reacción
del Barcelona fue instantánea. A los pocos segundos, el gol de la victoria
penetró por el arco del Real, que abandonó la cancha entre la ira de muchos y
los desilusionados aplausos de sus partidarios. Por la noche, en el hotel, nos
reunimos con los catalanes. Se entonó “Els Segadors” y se ondearon banderines
separatistas. Y una persona que nos había acompañado a Cossío y a mí durante el
partido, cantó, con verdadero encanto y maestría, tangos argentinos. Era Carlos
Gardel.
Rafael Alberti comete, a pesar
de su excelente relato, algún error de precisión. En su memoria se confunden el
dramatismo de la violencia en el terreno de juego con la supuesta épica de una
remontada azulgrana. Le bailan las fechas y algunos detalles. El gaditano omite
en sus memorias que fueron necesarios tres partidos para poder decidir qué
equipo sería el campeón definitivo. Según los datos oficiales consultados de la
época, confunde el resultado final del partido con la remontada del segundo y
la clara y definitiva victoria del Barcelona en el tercero.
Así, el 22 de mayo se celebraría
un segundo partido de desempate ya con Ramón Llorens en la portería y Platko en
la grada, recuperándose del fuerte golpe en la cabeza al evitar un gol cantado
de la Real Sociedad. En el mismo escenario de El Sardinero, Kiriki adelanta a
los donostiarras en el 32 de la primera. En el segundo tiempo, transcurrido el
minuto 69, Piera daba el empate al FC Barcelona y forzaba, al llegar con el
mismo resultado al final de la prórroga, un tercer en encuentro. Había sido un
duro partido, con dos expulsados, Guzmán del Barcelona y Cholín de la Real.
Varias semanas tardarían en ponerse de acuerdo en el lugar y hora de la tercera
y definitiva fecha.
Una crónica basada en fuentes de
la época sobre ese tercer partido nos relata:
Se decidió que el encuentro
final debería de jugarse el 29 de junio en la misma sede de los otros dos
encuentros. Así el día acordado amaneció con un cielo despejado y una muy buena
temperatura que se mantendría durante todo el día. El campo mostraba una muy
buena entrada que rozaba el lleno. Al igual que con el tiempo el partido
discurrió de manera distinta a los anteriores. Los conatos de juego duro y
violento fueron cortados desde el principio por el árbitro y, aunque expulsó a
Carulla y Mariscal por agresión mutua (65´), el partido en general discurrió
por otro derroteros. Además también fue diferente en lo concerniente a la
igualdad, ya que para cuando el colegiado había pitado el fin de la primera
mitad, el encuentro marchaba ya con un claro 3 a 1 (1-0 Samitier (8') 1-1
Zaldúa (16') 2-1 Arocha (21') y 3-1 Sastre (25') para el Barça, resultado que
se mantendría inalterado hasta el final del encuentro.
No dudo que Alberti estuviera
aquella noche con la hinchada catalana observando aquella manifestación de
Patria y Deporte. Me pregunto cómo pudieron celebrar la victoria antes del
segundo y tercer partido, o si Alberti no se quedó al final del partido y
confundió quizás una manifiestación patriótica de unos cuantos con las reservas
calladas de los jugadores y directivos; y mi imaginación osada desea un relato
sonoro de aquél acontecimiento, con Gardel cantando en catalán, haciendo
estallar el delirio en la noche santanderina. Quizás Buñuel grabándolo todo y
escribiendo cartas con envidias a Dalí.
Nadie sabe por qué tampoco se ha
resuelto el misterio del poema que con aquella misma fecha titulara Jorge Luis
Borges el relato de las últimas horas de un suicida:
Poema Mayo 20. 1928.
Ahora es invulnerable como los
dioses.
Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni
las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que
fijar en palabras.
Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para
recordarlas.
Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan.
Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos,
cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir
sea tan irrevocable como el pasado.
Obra de esa manera para que el
hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie.
Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral.
Sin que lo sospecharan, se ha
despedido ya de muchos amigos.
Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia.
Se cruza con un conocido y le
hace una broma. Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una
anécdota.
Ahora es invulnerable como los muertos.
En la hora fijada, subirá por
unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros.)
Bajará al lavatorio; en el piso
ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda.
Se alisará el pelo, se ajustará
el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta)
y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él,
su doble, los repite. La mano no le temblará cuando ocurra el último.
Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien.
Así, lo creo, sucedieron las cosa
Como díjo el bueno de Johan : Fútbol es fútbol.
Manuel
Futbolaguirre (poeta)
Fuentes:
La
arboleda perdida,1 Primero y Segundo libros (1902-1931). Rafael Albert. Alianza
Editorial.